Ser farmacéutico no es solo una profesión, ser farmacéutico es una vocación, una forma de vida, una pasión. Cuando preguntas a los farmacéuticos qué les impulsó a dirigir su vida hacia una farmacia encontrarás un motivo común en casi todos los casos: las ganas de ayudar y hacer más confortable la vida de los demás.
Algunos de nosotros somos farmacéuticos por legado, ya sabéis, hijos de farmacéuticos que se enamoraron del oficio mientras crecían entre aspirinas y pomadas; otros, en cambio, nos introdujimos en este mundo por primera vez en las puertas de la universidad, con unas ganas tremendas de aprender y una sonrisa en la cara.
Nosotros no somos farmacéuticos por el mero hecho de ejercer una profesión, nosotros somos farmacéuticos porque no concebimos la vida sin pacientes a los que ayudar y aconsejar. ¿Que por qué nos gusta nuestra profesión? Nos gusta por aquel joven al que ayudamos a sustituir los calmantes por otra terapia alternativa y volvió a los dos años para darnos las gracias y contarnos que había vuelto a trabajar.
Nos gusta por aquel anciano fortachón al que convencimos para hacerse una revisión de los pies, con motivo del día de la diabetes, y más tarde nos aseguró que le habíamos salvado la vida. Nos gusta por aquella joven acomplejada por su dermatitis a la que conseguimos hacer volver a sonreír. Nos gusta porque nuestros conocimientos nos han permitido salvar muchas vidas, dentro y fuera de la farmacia; como aquel día que nos dimos cuenta que a un anciano de la parada del autobús le estaba dando una embolia cerebral y fuimos capaces de proporcionarle atención médica inmediata.
Ser farmacéutico no es solo estar detrás de un mostrador, ser farmacéutico es formar parte de la vida de las personas; unas vidas en las que puedes influir positivamente para marcar una diferencia en una de las facetas más esenciales: la salud. No podemos imaginar una labor mejor a lo que dedicar nuestras vidas.